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Aquella calurosa mañana del 24 de diciembre de 1971, nadie presagiaba lo que sucedería horas más tarde. Solo pensaban en llegar a su destino, allá en la lejana Pucallpa en el oriente del país, y pasar la nochebuena con sus familias y esperar la navidad de aquel tumultuoso año 71; donde el gobierno militar estaba a cargo del país, donde se prohibían muchas cosas, entre ellas un concierto de el mítico Carlos Santana en nuestra capital, semanas antes de este 24 de diciembre. Se esperaba con ansías y agrado el año 1972, aunque no sería para nada agradable días después, cuando el país el primer día del año siguiente, hablaba sólo de la muerte de un magnate como Luis Banchero.
La aerolínea peruana LANSA (Líneas Aéreas Nacionales) que tenía asignada unas rutas nacionales, pocas en realidad, pero volaba a algunas partes del país como Cuzco, Arequipa, Tacna, Iquitos, Pucallpa y otras más.
Esa mañana del 24, el vuelo 508 de Lansa con destino a Pucallpa, estaba algo demorado (algo común en esa aerolínea, poca seria que continuamente retrasada sus vuelos, y era lógico, no contaba con una flota adecuada de aviones, para realizar diversas rutas del país), 93 personas esperaban abordar ese fatídico vuelo pasar así llegar pasado el mediodía a su destino y realizar sus distintas compras navideñas para pasar esa medianoche con sus familias, pero recién al mediodía partía del nuevo aeropuerto que tenía la capital, que había sido inaugurado solo 6 años antes, el «Jorge Chávez» del Callao, el vuelo 508 con destino Pucallpa y luego Iquitos, previa parada en el infierno, porque lo que pasaron esas 93 personas fue vivir un infierno en plena selva peruana.
30 minutos luego del despegue del avión, ya estando en plana selva peruana y solo a 20 minutos de su primer destino que era Pucallpa, empezó el mal tiempo por esa zona selvática, haciendo que el avión se desestabilice, ocasionando pérdida de altitud y es casi a las 12.36 del día, muy lluvioso y de mal tiempo en la selva y sin que el piloto Carlos Forno Valera, pudiera hacer algo ya que segundos antes, un rayo, originado por la tormenta, dio en una de las alas del avión dificultando que el mismo tomara altura, no había forma de que la aeronave pudiera ganar altura y haciendo que sea indeclinable su caída.
En pocos minutos, 92 personas morían en ese accidente (entre pasajeros y tripulación), pero sólo 1 persona se iba a salvar, sólo Juliane Kopcke; peruana descendiente de alemanes, volvería a nacer esa tarde del 24 de diciembre de 1971, la adolescente que viajaba con su madre, a darle encuentro a su padre que laboraba en Pucallpa, fue la única persona que sobrevivió al espanto. 92 familias esa tarde, víspera de noche buena no pasaría las fiestas con ellos, 92 familias no iba a tener una feliz navidad, solo la suerte salvó a Kopcke, el destino le dicen, y tuvo que lidiar contra muchas adversidades en plena selva, donde estuvo inconsciente por muchas horas y cuando despertó Juliane se dio cuenta que era la única sobreviviente del siniestro, tenía la clavícula rota y un sin número de heridas en el cuerpo, pero eso no la amilanó y al tener conocimientos de la zona, ya que por la labor de su padre que se desempeñaba como investigador en la selva peruana, ella conocía esa selva que fue la tumba para decenas de personas, conocía que comer, que no comer, por donde andar y su conocimiento de la zona la hizo buscar un riachuelo porque si no, podría morir de sed por la deshidratación y eso sería lo peor, ya la estaba pasando bastante mal con su magullado cuerpo, sola en la peligrosa selva y con muchos muertos a su alrededor. Muchos que ni siquiera habían salio de sus asientos. La lección que le dieron sus padres para subsistir en la selva, en su época de vacaciones cuando las pasaba en la selva y no estudiando en Lima, le sirvieron de mucho a Juliane.
Luego de 9 días perdida en la selva, caminando buscando encontrar poblados habitados, logró llegar a uno, pero muy extenuada, el cansancio, la escasa comida la tenía así, al día 10 encontró en plana selva una cabaña, donde reposó y luego de horas fue hallado por habitantes de la zona, que al verla pensaban que era algún «mito selvático» o alguna alucinación, no pensaban que hubiera una persona que pudiera caminar por esa extensa selva. Esos cazadores y madereros luego a explicación de Juliane de que estaba perdida hacia varios días por la selva, la ayudaron, dándole comida y curándole sus infectadas heridas con las que aguantó más de una semana en la peligrosa selva. Luego con ayuda de Juliane se pudo dar con el siniestrado avión y con los cadáveres de ese horrendo accidente, los cuales fueron entregados a sus respectivas familias para que puedan descansar en paz y para esas 92 familias (incluida la de Kopcke) las navidades a partir de 1971 serían totalmente distintas, con algún miembro de la familia faltante, un lugar menos en la mesa familiar desde ese fatídico y milagroso a la vez 24 de diciembre de 1971.